domingo, 7 de diciembre de 2014

Ἀφαία

Últimamente parece que no hemos hecho otra cosa que viajar. Aunque sí que hemos hecho más cosas, lo cierto es que en dos meses hemos ido a Patras dos veces, a Mesolongui, a Egina y a Sunio. En Patas subimos a la parte alta de la ciudad, donde se encuentra el castillo medieval (data del siglo νι d. C.), construido sobre las ruinas de la antigua acrópolis.

Vista desde lo alto de las escaleras. Al fondo se distinguen las montañas que rodean Mesolongui.


Desde Patras, un día fuimos de excursión a Mesolongui, uno de los puntos clave en la Guerra de Independencia griega y la ciudad donde murió el filoheleno lord Byron. En el centro se encuentra el Jardín de los Héroes, un monumento dedicado a todos los que lucharon y resistieron durante la Guerra de Independencia y los varios sitios que sufrió la ciudad.


Dionisios Solomós, poeta nacional de Grecia, junto a un fragmento de su obra Los libres asediados,
que dedicó al sitio de Mesolongui.

Otro día, aprovechando que habían venido unos amigos de Yorgos, los llevamos a Egina, la isla de los pistachos, y fuimos a ver el templo de Afaya (diosa griega cuyo nombre significa 'sin luz', hija de Leto y hermanastra de Apolo y Ártemis, venerada únicamente en este santuario). Cuando llegamos en el autobús desde la ciudad, pues está ligeramente apartado, vimos que la entrada costaba cuatro euros, así que nos fuimos por detrás y lo rodeamos entero, por entre la vegetación (cardos, pinos y matorrales y arbustos variados), y lo vimos igual de bien.




A la vuelta pasamos por el monasterio de San Nectario (Άγιος Νεκτάριος), donde me compré una chapa con la imagen del santo para que me quedase la mochila divina de la muerte con la chapa de un santo ortodoxo junto a otra que dice «Heavy metal never dies» y otras dos de Tim Burton.




Regresando a la capital de la isla nos topamos también con las ruinas abandonadas de una iglesia medieval que tenía hasta una cripta subterránea, aunque estaba cerrada. Junto a ella decidimos ponernos a almorzar, bajo el sol del Egeo. Reanudamos la marcha y nos dirigimos a la principal atracción arqueológica de dentro de la ciudad, que por lo visto era una única columna en medio de piedras dispersas por el suelo. Pero aun aquello tenía sus vallas, su entrada y su billete a mil euros por persona para entrar a disfrutarlo. Nosotros hicimos lo mismo que con el templo de Afaya y vimos la columna la mar de bien.

Tréboles a la orilla del Egeo.
Por último (por ahora), hemos ido al cabo Sunio, visita obligada para todo turista que se quede el suficiente tiempo en Atenas. Se trata del punto más meridional de la región del Ática, y es famoso por sus atardeceres y por su templo de Poseidón, erigido en el siglo ν a. C..

Según la mitología, Egeo, el padre de Teseo, se tiró al mar desde aquí
cuando un malentendido le hizo creer que el barco de su hijo regresaba de Creta sin él.



Flores coloridas junto al templo de Poseidón.

Pero quizá la mayor sorpresa nos la encontramos al volver a Atenas a pie (hicimos en autobús solo la primera mirad del camino), en una avenida donde se supone que vive gente más bien acomodada (en otra palabra, los pijos de Atenas): ¡la Generación del 98! ¿Qué dirían Unamuno y Baroja?


En Atenas no se libran de los grafitis ni los barrios pijos
(¡aunque son grafitis adaptados a su nivel!).