martes, 31 de marzo de 2015

Οδυσσέας

Queríamos ir a Ítaca. Nos hacía ilusión. Pero es imposible. Después de un par de horas buscando en internet, de cambiar la fecha varias veces para encontrar barcos, llegamos a la conclusión de que no se puede visitar Ítaca. Queríamos ir al principio de las vacaciones de Pascua, desde Patras, y luego volver allí e ir toda la familia al pueblo.

La aventura que habríamos tenido que emprender habría sido la siguiente:

  • Atenas-Patras (tren y autobús, unas tres horas);
  • Patras-Cilene [Κυλλήνη], el único puerto del que salen barcos hacia...
  • Cilene [Κυλλήνη]-Sami [Σάμη], el puerto más importante de Cefalonia;
  • Sami [Σάμη]-Pisaetós [Πισαετός], un puerto minúsculo de Ítaca que solo sirve para ir a esta isla desde Cefalonia, porque es el que está enfrente;
  • Pisaetós [Πισαετός]-Vací [Βαθί], la capital de Ítaca... ¡en taxi!, porque Pisaetós es tan insignificante que no hay ni autobús de línea.
  • Huelga decir que para volver a Patras hay que hacer de nuevo todo este recorrido.

Efectivamente, Cafavis tenía razón: «Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias», pero... ¿tan largo? ¿Tantas aventuras? No sé yo...

Desde el otro día tengo una nueva meta en la vida: hacer dinero, comprarme un barco e ir a Ítaca cuando yo quiera; desde Málaga, si hace falta, o desde Atenas, por el canal de Corinto. O no, mejor, ya que hago dinero, me compro Ítaca...








viernes, 27 de marzo de 2015

Ήρα

Hace dos semanas, justo después de volver de Samos, llegaron mis padres de visita. El plan turístico, creado por mí, nos permitió enseñarles los monumentos y museos más importantes de Atenas:

El día en que llegaron era jueves, que es cuando el museo Μπενάκη es gratis y abre hasta la medianoche, así que, después de recogerlos, llevarlos al hotel a que dejasen las cosas y sentarnos los cuatro a tomar un café como buenos griegos, nos fuimos dando un paseo. Lo bueno que tiene este museo es que su colección recorre toda la historia de Grecia, desde la prehistoria hasta el siglo XX, con lo cual el visitante se lleva una idea general bastante completa, y luego puede ampliarla con otros museos como el Arqueológico.

Al salir del museo dimos una vuelta por Πλάκα y fuimos a cenar a un restaurante junto a Μοναστηράκι: cerveza griega (AΛΦΑ), πιτόγυρο, χωριάτικη σαλάτα...

El viernes por la mañana, como yo tenía clase en la fundación, los mandé con Γιώργος al Museo Arqueológico Nacional. La noche anterior les expliqué cómo llegar desde su hotel y todo. No tenía pérdida. Y, efectivamente, no se perdieron. Cuando volví de clase, como estaba acordado, me estaban esperando los tres en casa al lado de la estufa (les había pillado toda la lluvia en el camino). Cocinamos, comimos, café, siesta y conversaciones varias. Nos dieron las tantas.

El sábado visitamos el Museo de la Guerra, el favorito de Γιώργος y de mi padre. Pasamos toda la mañana viendo mapas, ejércitos, maquetas de murallas, bustos y espadas. Como enanos. Al terminar fuimos al mercado de la calle Αθηνάς, caminando desde el museo para pasar por la calle Πανεπιστημίου y que vieran la Academia de Atenas y la Biblioteca Nacional. En el mercado compramos kilos y kilos de carne y gramos y gramos de frutos secos. De camino a casa, pasamos además por la panadería y compramos dulces griegos para el café de después de comer. Tan ricamente.

Por la tarde fuimos los tres de paseo por las tiendas de Μοναστηράκι y compramos recuerdos para toda la familia.

La mañana del domingo la dedicamos a la época clásica. Subimos a la Acrópolis, coronamos el Areópago y recorrimos el ágora, con su templo de Hefesto y su estoa de Atalo. Al salir los subí en el metro y los traje a comer al lado de casa, a un sitio donde ponen comidas caseras. Μουσακάς,  un pescado de cuyo nombre no quiero acordarme, χωριάατικη σαλάτα, cerveza ΑΛΦΑ y hasta unas copitas de mousse a las que invitó la casa. Y, como estábamos al lado de casa, subimos a tomar el café con dulces griegos.

Después del reposo de rigor tocaba el Museo de la Acrópolis. Nos lo recorrimos por lo menos cinco veces. En plan tranqui.

El lunes, como Atenas se nos había quedado ya pequeña, alquilamos un coche y fuimos a ver Micenas, Nauplia y Epidauro. El almuerzo en Nauplia, en una taberna, fue delicioso. Pescado, pulpo, unas gambitas y una ensalada. El mejor pescado que hemos comido en mucho tiempo, y éramos tres malagueños y medio.

Yacimiento de Micenas.

Una gruta en Micenas.

Flora de Micenas.
El martes por la mañana no hicimos gran cosa porque les entró la agonía de que tenían que coger el autobús hasta el aeropuerto, que tardaba mucho, que tenían que llegar con tiempo al aeropuerto y lo de siempre. Pero el paseíto desde el hotel hasta Σίνταγμα no nos lo quita nadie.

Άτροπος

He decidido contar en un capítulo aparte un episodio del viaje a Samos que, junto con lo de que se alargó un poco-demasiado, las clases que me estaba perdiendo, lo de que no había llamado al otro para revisar la traducción y el favor que le tenía que hacer a la polaca, contribuyó a que no disfrutara completamente de las vacaciones. Pero fue un viaje genial y me lo pasé muy bien, no lo niego.

Resulta que un día antes de irnos a Samos mis padres recibieron la notificación de que me habían nombrado presidenta de mesa electoral para las elecciones andaluzas. Curiosamente, en las anteriores elecciones andaluzas, las de 2012, cuando estaba de Séneca en Madrid, también me habían nombrado suplente. Aquella vez tuve que enviar por fax un escrito de mi puño y letra diciendo que no podía ir por estar estudiando fuera, junto con documentos que lo acreditasen. Metí el contrato de alquiler, la matrícula de la UAM, la de griego de la escuela de idiomas... Solo me faltó meter un ticket del Mercadona de mi barrio para demostrar que también hacía la compra en Madrid. Pero el caso es que esta vez habría tenido que enviar todo eso traducido del griego, traducido oficialmente, y el plazo para presentar alegaciones es de una semana. Y aunque fuera de dos meses, ¡me iba a Samos!

Mi padre tampoco ayudó. Me dijo el jueves, cuando llegó el aviso, que iría al día siguiente a preguntar a la oficina del censo electoral. Yo tenía clase, pero como tenía el portátil pude leer su correo; me decía que enviara el fax. Gracias. Yo le había dicho que preguntara si en la embajada me podían ayudar, ya que había ido a inscribirme allí como «no residente» (= temporal) unas semanas antes para poder votar por correo. Su respuesta al respecto fue que no le habían dicho nada de la embajada, pero que fuera a preguntar por si acaso. ¡A ver, que es viernes, salgo de clase a la una del mediodía y a las cuatro sale el barco! Un poco de concreción.

En vez de salir de clase e ir a casa a hacer la mochila, porque tampoco la había hecho por razones que no vienen al caso, tuve que salir corriendo a la embajada a preguntar. Para qué fui.

Mira, me ha pasado esto, y encima en un par de horas me voy de viaje a Samos. ¿Qué puedo hacer, ya que estoy inscrita aquí como no residente?
—Nosotros necesitamos la notificación que te ha llegado, ¿te la han mandado aquí a Atenas?
—No, a mi casa de Málaga —estoy como no residente, sigo censada allí, ¿no escuchas?—.
—Es que para mandar a la oficina del censo el documento que acredita que estás aquí necesitamos esa notificación, para expedir nuestro documento como contestación, ¿entiendes? Entonces que lo escaneen tus padres y nos lo traes, o en este caso nos lo envías desde Samos por mail,  ya que te vas, porque si esperamos a que llegue desde Málaga por correo postal... Y ya nosotros hacemos ese documento.
—Vale, y después de mandaros por mail la notificación, ¿tengo que hacer algo más, o ya vosotros os encargáis? ¿Me puedo ir a Samos tranquila? Si tengo que hacer algo más, no me voy...
—No, no, es solamente eso, tú nos envías la notificación escaneada y nosotros ya nos ponemos en contacto con la oficina del censo electoral.

Como era (ya) viernes por la tarde, con el fin de semana no se podía hacer nada, así que me centré en volver corriendo a casa, hacer la mochila (no almorcé porque había desayunado fuerte en el descanso de la clase y con las prisas hasta se me había revuelto. Tampoco me habría dado tiempo si hubiera tenido hambre) y salir corriendo para el Pireo a coger el barco. Como dije, llegamos a las dos de la madrugada, así que cuando pude hablar con mi casa fue ya el sábado por la tarde. Le dije a mi padre lo que me habían dicho en la embajada, que parecía mucho más fácil que ponerse a enviar faxes, incluso sin haber buscado una traducción griego-español urgente, y le dije que le iba a mandar a Anto a escanear el dichoso papelito (no vayamos a esperar que en mi casa sepan siquiera cómo encender el escáner), que ella los llamaría para avisar de cuándo iba.

Cuando se lo dije, me contestó que el domingo no podía, que iría el lunes. Por la tarde, le dije, que por la mañana no habrá nadie. Aún estaremos dentro del plazo. El desajuste fue que mi padre, sin esperar a que Anto llamase, cogió el lunes por la mañana y llevó el papel al trabajo de mi primo para que él se lo hiciera. Me llamó y todo a mediodía por teléfono para decirme que me lo había enviado. Por cierto, las comunicaciones las hacía desde el tablet de marca blanca de Γιώργος, con unos por Skype (sin cámara) y con la otra por privados de Twitter. Y ahí miraba también mi correo. En fin, tuve que avisar a Anto de que no fuera a mi casa, ella estaba yendo en ese momento (por suerte tenía que hacer más cosas y no había salido en vano de su casa) y yo busqué el correo electrónico de la embajada en su sitio web. Había dos. Decidí levantarme temprano al día siguiente para llamar por teléfono y preguntar a qué dirección tenía que mandarlo, no fuera a llegar a una que no abren o que abre alguien que no lleva esos asuntos.

Pues al día siguiente, martes, con el pdf adjuntado y el mail preparado para enviarlo, llamé a la Ilustrísima y Magnifiquísima Embajada de España en Atenas y me pasaron con la funcionaria que me dijo el viernes todo aquello, y que se acordaba de mí:

—Mira, que tengo lista la notificación escaneada para enviarla y...
—Ah, muy bien, pues mira, necesito que me envíes además: una fotocopia de tu DNI y un escrito hecho a mano por ti en el que digas que nos solicitas a nosotros, a la Embajada, que expidamos un documento que acredite que tú estás aquí inscrita como no residente y por tanto no puedes estar en la mesa electoral.

Se me quitó el sueño del madrugón de golpe.

—Y entonces ya nosotros lo expedimos, porque sin que tú nos lo pidas oficialmente no podemos expedirlo, y luego tienes que venir tú a recogerlo, porque nosotros con la oficina electoral no podemos contactar, eso tienes que hacerlo tú, les tienes que mandar por fax el documento que te daremos.

No daba crédito.

—O____O Pero... Es que estoy todavía en Samos...
—Sí, pero vamos, ya cuando vuelvas tranquilamente te pasas por aquí y lo recoges. Porque eso ¿qué plazo tiene? —pues si no lo sabes tú, funcionaria de embajada, ni que fuera la primera vez que te viene alguien con este problema.
—Una semana, y llegó el jueves a mi casa.
—Ahm, ya, una semana, uy, pues estamos ahí justo, ¿eh?, jejeje.
—...
—Bueno, tú lo envías cuando llegues y allí verán la fecha, como lo vamos a expedir con fecha de hoy, que está dentro del plazo, no creo que pase nada, 

No, no pasa nada, por eso el único modo que permiten para hacer esto es el fax, para que llegue en el acto, pero no pasa nada, ¿verdad, lumbreras?

—Y es que ni siquiera hay barco hasta el viernes, si quisiera ir corriendo no podría. ¿Y si os mando a alguien a que vaya a recoger el documento por mí?
—Ah, eso sí, claro, que lo recoja y lo envíe por fax y ya te quedas tranquila.
—Vale, entonces os envío todo eso por mail y le digo a esta persona que vaya a buscarlo. ¿El mail cuál es?

Y me lo dijo mal, pero supe distinguir a cuál se refería de los dos que yo había encontrado.

Tuve que salir corriendo a buscar una copistería en la que también escaneasen documentos (y antes de eso tuve que hacerme con un pen, porque no tenía, pero Γιώργος tenía su mp3), pedirles un folio y un boli, escribir aquello y dárselo junto con el DNI para que me lo escanearan. Luego fuimos a tomar café los dos con el amigo, (yo no me pedí un café porque ya estaba bastante despierta, de hecho cada vez estaba más alterada). Antes de salir a buscar la copistería había llamado a la secretaria de la fundación para que me diera el teléfono del otro español, pero no me lo cogió, y al llamarla a su móvil personal me dijo que no estaba en la fundación en ese momento y que iría sobre la una. Yo necesitaba llamar a Juan para que me confirmara que podía ir y enviar el mail a la embajada diciéndoles «os envío las tres cosas escaneadas, mañana irá a recogerlo la persona tal». Y me urgía un poquillo enviarlo antes de que cerraran ese día, a las dos de la tarde, para que expidieran el documento de una vez y estuviera listo para Juan. Hice tiempo en la cafetería, charlando tranquilamente, y cuando pasaban unos minutos de la una volví a llamar a la secretaria, que acababa de llegar a la fundación, y me dio el teléfono de Juan. El español, porque no se ha hecho uno griego. ¿Para qué?

Justo al marcar ya me estaba diciendo que me quedaban cinco minutos de saldo. Claro, todo el rato hablando con el fijo de la embajada... Cinco minutos para un número griego, no sé cuánto hubiera podido hablar con Juan. Tuve que llamar con el de Γιώργος. Le pedí a Juan que me hiciera el favor, para no ir a la cárcel, y él me confirmó que iría el miércoles después de la clase de griego. Le dije que le enviaría el fax y todo. Al final le envié el pdf directamente, el que había escaneado mi primo, porque también venía el horario (no fuera a enviarlo cuando estuviera cerrado y no lo cogiera nadie o algo, no sé cómo funciona), y por no copiarlo con el tablet, que no me gustan las pantallas táctiles.

Justo después de colgarle a Juan fui a enviar por fin el mail a la embajada con el wifi de la cafetería, pero el tablet no se conectaba, así que tuve que volver a salir corriendo a la casa del amigo para enviarlo desde allí. Eran más de las dos y no sé cuándo expidieron al final el maldito documento, pero en cualquier caso Juan me mandó un mensaje el miércoles por la tarde diciéndome que había enviado el fax. Mi padre, que estaba empeñado en ir a preguntar personalmente si había llegado, no hacía más que escribirme correos para que le dijera cuándo ir. El jueves me confirmó que había llegado.



Πυθαγόρας

Hace unos cuantos viernes, el 27 de febrero, nos cogimos el barco y nos fuimos de viaje a Samos, la patria de Pitágoras y la de Aristarco. Allí nos quedamos en la casa (γκαρσονιέρα) de un amigo de Γιώργος, en Carlóvasi, el segundo municipio más grande de la isla después de Samos, la capital. En realidad es medianamente grande porque hay una facultad de la universidad del Egeo, de lo contrario no tendría ni la mitad de vida que tiene, al menos en invierno. E incluso en verano, los turistas suelen ir más a la capital que a Carlóvasi.

En cualquier caso, Carlóvasi, y Samos en general, es un lugar muy bonito y muy tranquilo; no me importaría vivir aquí, aunque el elevadísimo grado de humedad que tiene constantemente me lo impediría. De hecho, cuando bajamos del barco, a las dos de la mañana, estaban cayendo literalmente chuzos de punta y, aunque el amigo de Γιώργος vino a buscarnos junto con un amigo suyo que tenía coche para no ir caminando hasta su casa de madrugada, nos pusimos chorreando, pues llevábamos además varios bultos entre mochilas, bolsos y bolsas con comida. Al bajar del coche en la parte de abajo de la calle, que era peatonal y cuesta arriba, había dejado de llover, pero vimos (o intuimos, porque no había farolas) que por la pendiente bajaba un río (por lo menos el Ebro) y que no teníamos más remedio que meternos dentro. Y hacia la mitad de la calle, el suelo estaba en obras y tuvimos además que sortear la hormigonera, los montones de tierra, los adoquines sueltos y los apilados. Mis pies no podían coger más agua porque son pequeñitos. Tuve que pedirle unos zapatos a la novia del amigo para poder salir a la calle. Durante un par de días más siguió lloviendo y luego nos hizo sol y buen tiempo hasta el final. Pero siempre con humedad.

Un día fuimos al antiguo Carlóvasi, que está en la ladera de la montaña, un poco apartado del nuevo. Por el camino, casi campo a través (no cogimos el camino que sube desde el puerto), encontramos una diminuta iglesia bizantina junto a un río y las ruinas de un castillo, probablemente de la época de la Turcocracia, desde las que se disfrutaba de una vista preciosa. Olvidé la cámara y no tengo fotos de aquel día.

Otro día dimos una vuelta por Carlóvasi y llegamos hasta el puerto. Desde esta parte de Samos se ve Turquía a lo lejos, cuando no hay calima, y creíamos que también el sur de la isla de Quíos, pero está un poco más lejos de lo que pensábamos y la tierra que confundimos con Quíos era también Turquía.

Iglesia con cúpulas y portadas azules. Muy curioso, y no desentona.

Iglesia de la Dormición de la Virgen.

Otra iglesia con cúpulas azules.

La portada.

Se bende. En griego. Mal.

Ze bemde. En griego muy mal. Es la misma casa.


En el camino al puerto. Al fondo está Turquía, que prometo que se ve.

Aristarco de Samos, el griego que descubrió que la tierra gira alrededor del sol.

Por si no se veía bien.
En otra excursión subimos al viejo Carlóvasi por el otro lado, también campo a través, y volvimos a encontrar en el camino dos capillas, una medio excavada en la roca (la parte de atrás) y otra directamente metida en una cueva.

Pero... ¿quién le dio qué al de San Antonio?

Cuidado con las transcripciones del griego. San Adonios no es san Antonio.

¿No parece el camino que lleva a la Comarca?

Ya no recuerdo si esta es la de san Adonio o la de san Isídoros.

Carlóvasi con Turquía al fondo.

San Adonios o san Isídoros.


El rompeolas del puerto. Turquía.

Una amiga que nos echamos un día. Bala en griego, claro.

Técnica de cultivo que ya usaban los antiguos.
Cuando fuimos a comprar los billetes de barco para volver a Atenas, porque yo tenía clase el viernes en la fundación, nos dijeron que para el jueves no había, que era el viernes. Aunque habíamos visto en internet que sí había el jueves, nos tuvimos que creer lo que nos dijo la empleada de la compañía de barcos y compramos dos billetes para el primer barco que hubiera Samos-Mitilene (Lesbos): el sábado. De todas formas iba a perderme la clase, y así por lo menos visitaríamos también a la prima de Γιώργος, que estudia en Mitilene y nos animó a ir a verla. En Mitilene nos dijeron que el primer barco hacia Atenas era el miércoles, y yo tenía cosas que hacer: en primer lugar, ya me había perdido dos clases de griego por estar en Samos, y si cogía ese barco iba a perderme otras dos, todas seguidas; en segundo lugar, nos dijeron que el barco era de los antiguos, que tardaba quince horas en vez de sólo nosecuántas; en tercer lugar, el jueves había clase con Αριστηνός y yo aún no había ni comprado el libro cuyo escritor vendría a hablar de su libro; y en cuarto lugar, el jueves también, llegaban mis padres y no teníamos ni siquiera comida en casa, porque habíamos vaciado el frigorífico para dejarlo desenchufado. Así que volví en avión a Atenas el lunes por la noche. Γιώργος cogió el barco el miércoles, todo el día se pasó ahí metido, pero se ahorró el dinero del avión.

La calle de Potamón de Alejandría, filósofo de la época romana.

Vista del castillo bizantino de Mitilene desde el camino a las ruinas del teatro romano.

¿Se ve el castillo ahora?

Grecia se llena de flores en primavera.

Lo que queda del teatro romano. Todo eso son flores.

En el teatro hay más flores que piedras.

Estatua de Safo junto al castillo bizantino.

Σαπφώ, Ψαπφα en dialecto eolio.

[Δε με αφήνει η ντροπή μου να πω κάτι που θέλω·]

αν ήτανε ο πόθος σου για τα καλά κι ωραία,
κι αν σταματούσε η γλώσσα σου βρώμικα να μιλάει,
θα 'χες θάρρος στα μάτια σου και θα 'λεγες αλήθειες.


Otra estatua de Safo en el centro de Mitilene.


Las iglesias de las islas son bastante peculiares.

Campanario de una iglesia catedral católica.

Mi más reciente adquisición. Todos los poemas de Safo en edición bilingüe.


Entre mi llegada a Atenas y la de Γιώργος hice un montón de cosas. Apunté todo lo que hice en la agenda, para que quedase constancia y creerme yo misma que me dio tiempo a todo eso.

El martes lo primero que hice fue llamar a Olalla, porque teníamos que ver la traducción de febrero (no pude terminarla a tiempo para llamarlo antes del viaje, y como se alargó, al final era un poco tarde). Le dije que en dos días llegaban mis padres e iba a estar ocupada, que si podíamos vernos antes, y quedamos para el miércoles. Me llamaría por la mañana para confirmar la hora, y así, decía, que pudiera yo avisar al otro español y quedar los tres si eso. Puse una lavadora y salí para la universidad, porque me había escrito la compañera polaca del programa para que le hiciera el favor de enviarle escaneado el relato que había traducido para febrero, que se lo había pedido su tutora, y ella estaba fuera de Atenas. Yo le había dicho que estaba en Samos, pero no le importó esperar, así que fui a buscar el libro de relatos a la biblioteca de letras.

Al salir de casa vi el aviso de llegada del sobre con las papeletas para las elecciones andaluzas. Tendría que ir a recogerlo a Correos, pero a partir del día siguiente, como siempre. De camino a la universidad fui a comprar el libro para la clase de Αριστηνός; en la librería más cercana a la parada del autobús, Πολιτεία, no lo tenían, así que tuve que ir hasta la IANÓS, donde me lo encontró la empleada después de buscarlo yo sola, no encontrarlo, y pensar que si no lo tenían adónde iría a buscarlo ahora. El caso es que tenía más de 300 páginas, e iba a estar los dos días que me quedaban sin parar de hacer cosas, así que ni siquiera me preocupé. Total, otras veces habría dado igual que no lo hubiera lleebado leído.

Llegué a la biblioteca, busqué el libro, le dejé el carnet en prenda a la bibliotecaria y bajé a que me lo escanearan. Me dijeron que eso llevaba tiempo, que tenía que dejarlo, yo les respondí que lo necesitaba el mismo día, que si eso podía volver más tarde (después de comer), pero sin contestarme me lo hicieron en el momento. Pues vale.

Volví a subir a la biblioteca, dejé el libro, recuperé mi carnet y fui a la sala de ordenadores a enviarle el archivo a la polaca. Me quedé haciendo tiempo hasta la hora de comer y aproveché que estaba allí para no cocinar. Que tampoco habría tenido qué cocinar si me hubiera quedado en casa.

Después de comer no volví a casa aún, sino que me pasé por la biblioteca del Instituto Cervantes a devolver unos libros de Γιώργος que debía haber devuelto él pero estaba en Samos y aún no iba a volver. Es decir, llevaba toda la mañana cargando con los libros porque volver a casa desde la universidad y luego ir otra vez al Cervantes tampoco me convenía. Del Cervantes fui hacia casa, pero antes pasé por una copistería que hay al lado para que me fotocopiara el primer capítulo de Εντολή, de Διδώ Σωτηρίου, para traducirlo en marzo. Otro libro que había estado paseando por media Atenas. Ya que estaba allí, compré dos sobres para enviar uno a mi casa y otro a Anto junto con el sobre de votación, para comprobar si llegaban a tiempo.

De la copistería fui al supermercado a comprar provisiones, más que nada para la cena. Llegué por fin a casa, tendí la ropa que había dejado lavándose por la mañana y me puse a revisar otra vez la traducción (estaba terminada, pero por si acaso. Ya nos conocemos) y a preparar los sobres que iba a enviar. Metí una cosa en cada uno y escribí en sendos papeles el motivo de los envíos para que me avisaran de su recepción. Hice la cena, me la comí y hasta la hora de dormir estuve leyendo el libro. No saqué mucho en claro.

El miércoles me levanté a las siete de la mañana para ir a Correos a recoger el sobre con las papeletas, que no podría haber sido más oportuno. De allí fui directamente a la clase de griego; por primera vez en mucho tiempo llegué temprano, tanto que me dio tiempo a tomarme un café antes de entrar. Menos mal. En lo que llegó la profesora, como me aburría esperando, abrí el sobre, leí las instrucciones, metí la papeleta y cerré el sobre. Lo dejé listo para enviarlo. Al salir de la clase, a las 12, me llamó Olalla para concretar la hora de nuestro encuentro. A las cuatro menos cuarto de la tarde. Qué horas son esas. En fin. Llegué a casa, cogí los dos sobres que iba a enviar junto con el otro y volví a ir a Correos para enviarlos. Hice de comer, comí rápidamente y salí para el Cervantes con la cabeza sin lavar. Qué horas son esas.

Cuando terminamos de ver la traducción (no voy a comentar nada porque en fin), pasé por el supermercado antes de subir a casa para comprar más cosas que faltaban. Envié la traducción, después de añadir los cambios que habíamos visto, y me puse otra vez con el libro. Y si no me hubiera puesto.

Γιώργος llegó a las tantas porque había cogido el barco con dos horas de retraso. Al día siguiente, que llegaban mis padres, iba a tener que ir al mercaíllo a por fruta y verdura, porque yo tenía clase de 11 a 14 y luego tenía que comer e ir a buscarlos.

La clase fue como de costumbre, solo que esta vez parecía que nos habíamos puesto de acuerdo y casi nadie había leído el libro. Uno ni siquiera vino porque ni se lo había comprado. Pero, como he dicho, la clase fue como las demás, así que no se notó que nadie tenía nada que decir.