martes, 25 de noviembre de 2014

Ασκληπιός

Justo después de volver de Patras, donde el frío es muy húmedo, y como además tenía las defensas bajas debido a ciertos asuntos femeninos, me resfrié un poco. Nada importante, no llegué a tener fiebre y congestión nasal solo tuve un día. Lo peor era el mal cuerpo y el dolor de cabeza.

El sábado por la tarde, volvíamos del mercadillo cuando me entró un dolor de cabeza tremendo. Muy, muy fuerte. Nada más llegar a casa me tomé un analgésico, Depon, que son 500 mg de paracetamol; me chocó cuando lo compré, puesto que en España son de 650 mg, o hasta de un gramo. Me tiré en la cama mientras Γιώργος cocinaba y después de comer, como el Depon no había hecho nada, me tomé otro; pensé que era como si estuviera en España y me tomase un Gelocatil de un gramo. Pero pasaban las horas y el dolor no disminuía. Nunca había tenido un dolor de cabeza tan fuerte; era tan intenso que empecé a llorar. Γιώργος me vio sufriendo tanto que fue a buscar una farmacia de guardia (eran ya más de las ocho, que es cuando cierran, al menos los sábados), pero no encontró ninguna y los papeles de las farmacias que están cerradas no ayudan nada porque no están actualizados. Tras más de una hora dando vueltas por Atenas, volvió justo cuando también regresaban de hacer turismo los amigos que estábamos acogiendo en casa, y le dijeron que habían visto una farmacia abierta en el centro, así que volvió a salir y al cabo de un rato me trajo unas pastillas llamadas Panadol. Me tomé una y el efecto fue casi instantáneo: desde entonces no me ha vuelto a doler la cabeza. Es curioso, porque tienen la misma cantidad de paracetamol que las Depon, es decir, 500 miligramos; la única diferencia es que además de paracetamol contienen 65 mg de cafeína. En cualquier caso, habrá que tenerlo en cuenta: ante un dolor de cabeza, nunca comprar Depon.

Ενυώ

En esta entrada voy a relatar la gran ταλαιπωρία en que ha consistido la apertura de una cuenta bancaria en un banco griego para una extranjera como yo, para que quede constancia de ello y otros extranjeros estén sobreaviso.

En primer lugar, cuando llegué en agosto quise ir a hacerme con un número de móvil griego y también con una cuenta bancaria griega, porque sabía que iba a hacerme falta para cobrar cada mes la beca y también porque tenía que sacar los seiscientos y pico euros que costaba el curso de griego en el Διδασκαλείο (ver entrada «Μελπομένη»). Pero cuando preguntamos al simpático empleado de la banca griega, nos dijo que necesitaba un documento de Hacienda (traducido oficialmente al griego, naturalmente) que indicase dónde, cómo y bajo quién cotizo, o si no cotizo. Como no íbamos a molestar a mis padres con eso, decidimos dejarlo hasta ver qué me decían en la Fundación y, efectivamente, me dijeron que nos darían a todos un documento para que fuéramos con él al banco y nos abrieran la cuenta fácilmente, sin los líos burocráticos (y traductológicos, incluso) que necesitaríamos sin ese documento.

Lo único era que para ese papel tendríamos que esperar un poco, por lo cual el primer pago (el correspondiente a septiembre; yo pensaba que septiembre no contaría puesto que las clases tanto en un sitio como en otro empezaban en octubre, pero también es verdad que nos habían dicho que llegásemos como muy tarde a Atenas el 10 de septiembre, para entregar papeles y hacer matrículas) nos lo harían con un cheque. Cuando estuvo listo nos avisaron y tuvimos que ir a buscarlo a la sede de la otra fundación, la que lleva el dinero: la Fundación Urani, sita en plena plaza Síndagma. De ahí fuimos a la sede central del Banco Nacional (Εθνική Τράπεζα), en la calle de Eolo, cerca de la plaza Omonia. Primero pasamos por la planta baja, aunque parecía un sótano, donde un señor nos hizo algo en los cheques y tuvimos que firmarlos. Luego subimos arriba, donde preguntamos por la señora por la que nos habían dicho que preguntáramos. La buscamos por todo el banco, que es bastante grande, de un sitio nos mandaban a otro y yo me acordaba cada vez más de Larra.

Cuando por fin alguien se dignó a atendernos (la susodicha señora resultó al final no estar aquel día en el trabajo), era una empleada que no tenía ni idea de cómo enfrentarse a aquella tarea y cada paso tenía que preguntarlo a sus compañeros de las mesas de alrededor. Cuando le di el DNI se quedó mirándolo y al cabo de un rato me preguntó si era una tarjeta sanitaria; ante mi respuesta negativa, me preguntó que cómo había podido entrar con aquello en Grecia (?). Luego, al copiar los datos, me preguntó si el número del DNI era el número que aparece abajo a la izquierda o el que sale entre el nombre y la fecha de caducidad (el código de la entidad expedidora). Cuando por fin se aclaró («Id a la caja a cobrar y traedme luego este papel, no, este otro, no, espera, el verde, no el azul, no, no me traigáis nada, no, a ver, me traéis todo y yo ya lo miro») fuimos a la caja a cobrar el dinero, más de mil euros en billetes de cincuenta, volvimos a su mesa, le dejamos una de las copias y nos fuimos, no fuera a retenernos y pedirnos más papeles.

Unos días después, nos dijeron en la Fundación que, como había cambiado la legislación, teníamos que ir a inscribirnos en Hacienda para indicar que vivimos y pagamos los impuestos (aunque no coticemos ni tengamos trabajo) aquí. Y para ello nos hacía falta el pasaporte (siempre nos decía «DNI, pasaporte o lo que tengáis», pero esta vez solo pasaporte), el permiso de residencia (para los que no fueran ciudadanos de la UE, como la chica serbia) y el contrato de alquiler del piso o bien un documento que certificase que alguien nos estaba acogiendo en su casa. Este segundo caso es el mío, pero no exactamente, pues la casa no es de Γιώργος sino de una tía suya, de modo que él no puede hacerme tal documento y tampoco queríamos molestar a su tía, después de que me hubiera hecho el favor de dejarme vivir en su casa. Así que solo quedaba la solución de ir a Patras, donde viven sus padres, y sacarme el ΑΦΜ allí.

Les pedí a mis padres que me enviaran el pasaporte por correo certificado; el sobre salió de España el 23 de octubre, según el registro del sitio web de correos. Mientras llegaba, los otros compañeros me dijeron que ellos lo habían hecho con el DNI, que no hacía falta que usara el pasaporte. Al menos sería más fácil y no me preguntarían si era una tarjeta sanitaria. Pero el sobre no llegaba y no podíamos ir a Patras, así que, mientras a los demás les ingresaron el dinero de octubre en sus cuentas bancarias recién abiertas, a mí me volvieron a dar un cheque para que fuera a cobrarlo perdiendo media mañana como la vez anterior. En esta ocasión, por lo menos, ya sabía adónde ir y no tuve que recorrerme todo el banco. Me atendió un señor que, cuando le di el cheque y el DNI, se puso a llamar por teléfono para preguntar si me podía dar el dinero. Como si hubiera ido a cobrar sin poder recibirlo. «Ha venido una chica a cobrar un cheque... Y me ha dado una tarjeta... No es un DNI, ¿no?», me preguntó. ¿Y estos griegos que se piensan que los españoles vamos a los bancos a cobrar cheques con el carné de la biblioteca? Al final lo convencieron desde el otro lado del teléfono de que podía darme el dinero y me mandó a la caja, donde la amable señora decía que sin datos no podía darme el dinero y me envió al director, que me preguntó mi dirección y mi móvil y me volvió a mandar a la caja. Otro dineral en efectivo.

Como el sobre no llegaba, el día 14 de noviembre (casi un mes después de que lo enviasen) decidimos ir a Patras y pasar el fin de semana, hasta el lunes, pues no había clases porque era el aniversario de los sucesos de la Politécnica. En la delegación de Hacienda de Patras, adonde fuimos Γιώργος, su padre y yo, únicamente tuve que rellenar un documento con mis datos personales y poner como dirección la de los padres de Γιώργος en Patras; no le pidieron a su padre que firmase nada. Lo único es que a buena señora tuvo que imprimir el mismo documento tres veces porque la primera vez me puso SULIA (como si mis jotas mayúsculas llevaran a equívoco y como si no tuviera también mi DNI, con letras impresas, para comprobarlo, que lo miró) y la segunda vez me puso un ocho al final del número del DNI, como si mis bes mayúsculas parecieran números y como si de nuevo no hubiera podido mirarlo en el DNI.

Cuando el lunes por la noche volvimos de Patras, vimos en el portal el aviso de Correos para que fuera a buscar el sobre con mi pasaporte. Tiene gracia.

Por fin, esta mañana (25 de noviembre [!]), después de diversas vicisitudes que referiré en sucesivas entradas, hemos ido al banco a abrir la dichosa cuenta. Como el ΑΦΜ lo había sacado en Patras, he tenido que dar la dirección de los padres de Γιώργος  y hacer como que vivía allí, y como el certificado de la Fundación dice que estudio en la Academia de Atenas, hemos liado a la pobre chica diciéndole que a veces veníamos a Atenas. Al final resulta que podía haber abierto la cuenta en Patras, pero como en la Fundación nos habían dicho que fuésemos a la sucursal central de la calle de Eolo tanto para cobrar el cheque el primer mes como para abrirnos la cuenta, no se me había ocurrido desobedecer tal orden directa. También nos habían dicho que debíamos buscar en la sucursal a una señora concreta para que nos lo hiciera todo, pero al final la cuenta me la ha abierto otra chica. Y para la tarjeta tendré que volver a Patras, porque me ha dicho que, como se envía por correo a la dirección indicada por el cliente, es mejor ir a pedirla allí para que no se pierda por el camino; Atenas-Patras es toda una Odisea.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Κοίος

Además de las tres clases que tenemos en la Fundación y las de griego del Διδασκαλείο, los miembros de la Sociedad de Escritores nos invitan a sus reuniones (por correo electrónico; se ve que los de la Fundación les han dado nuestras direcciones), en las que una o dos veces cada mes charlan sobre un libro que han leído previamente.

El libro de la reunión de la semana pasada fue el que se ha traducido al español como El sentido de un final, en inglés The Sense of an Ending, de Julian Barnes. Evidentemente, lo leímos en griego porque no todos los miembros y asistentes a las reuniones de la Sociedad hablan inglés. Aquí la editorial Μεταίχμιο lo tituló Ένα κάποιο τέλος, y la traducción corrió a cargo de Θωμάς Σκάσσης, el también escritor de cuya novela Το ρολόι της σκιάς [El reloj de la sombra] traducimos fragmentos el verano pasado en el taller de traducción que organizó Vicente en Rodas.

Es un libro muy interesante cuya lectura recomiendo, ya sea en inglés, en griego o en español, y que a todos los asistentes a la reunión nos gustó (a unos más que a otros, pero en general todos los comentarios fueron positivos). Nos acompañó el propio Scassis, el traductor, que comentó algunos aspectos de la traducción en general y anécdotas de la traducción de esta novela en particular. Por ejemplo, nos reveló que tradujo el libro en veintidós días (!) porque a la editorial le entró muchísima prisa cuando se enteró de que el autor iba a recibir el premio Booker, y tanto la traducción como la revisión se realizaron en muy poco tiempo. Aun así, quizá porque, como dijo el mismo Skassis, en inglés está escrito con una lengua bastante fácil, la traducción está bastante bien hecha; a mí me pareció más fácil de leer que otros libros griegos, por ejemplo los dos primeros que tuvimos que leer para las clases de los jueves, y el resto de asistentes también comentó que no se notaba especialmente que fuera una traducción, como algunas otras veces sucede. 

Además de los miembros/asistentes asiduos, también había varias personas que iban por primera vez, como nosotros, o que no habían leído el libro porque habían visto, según dijeron, «el cartel» dos días antes y aun sin leerlo quisieron pasarse para ver cómo era. Se ve que se anuncian por la ciudad con carteles, como los mítines políticos. Le he dicho a Γιώργος que se venga a la próxima reunión, hacia final de mes, en la que hablaremos sobre un ensayo, por lo visto a petición de algunos miembros.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Αθηνά

En la Fundación nos piden cada mes una traducción (algo corto, no una novela entera: un relato, un capítulo de un libro o algo así), creemos que es para justificar que hacemos algo, porque como no tenemos «deberes» ni exámenes en las clases, parece que no hacemos nada.

Cada uno tiene un tutor de su misma nacionalidad con el que revisa la traducción cada mes para enviarla a la Fundación. El tutor de los españoles, Juan y yo, es Pedro Olalla, al que conocimos el día de la primera clase de la Fundación, cuando vino todo el mundo (profesores, tutores, Valtinós, Kikí Dimulá, antiguos alumnos...), y nos dio su teléfono y su dirección de correo electrónico. Nos dijo que estaba dando unas clases sobre traducción en el Instituto Cervantes y que iba a preguntar si podíamos ir nosotros como oyentes, para ver desde nuestro punto de vista cómo son unas clases de traducción (español-griego, sobre todo, pero también griego-español) explicadas a griegos. Luego podríamos quedarnos los tres y ver nuestras traducciones. Las iré subiendo, junto con otras que haré por gusto, en «Traducciones».

Hemos ido ya a tres clases; en la primera vieron una traducción al griego que les había mandado la semana anterior (nosotros fuimos en la tercera clase) sobre un cuadro de El Greco, bastante complicada, pues el texto original tenía una redacción en cierto modo enrevesada y además contenía varios términos específicos del ámbito de la pintura. Una de las griegas dijo que le había preguntado a una amiga suuya pintora para poder traducirlo. En la segunda parte de la clase nos (les) explicó los criterios de transliteración del griego antiguo al latín, que los latinos basaron en la pronunciación del griego antiguo; por eso, como sabemos, representaban la 'β' como 'b', la 'η' como 'e' (larga), la 'θ' como 'th' y la 'φ' como 'ph'. Cuando mencionó cuál era en griego antiguo la pronunciación de la 'β' y la de la 'η', los griegos pusieron una cara de absoluta sorpresa. Al final de la clase nos dio el texto de la semana siguiente: un texto en griego, para traducir al español, sobre el templo de Zeus Olímpico de Atenas. Dijo que la redacción en griego estaba regular, que intentásemos arreeglarla en la traducción. También nos dio un esquema de un templo dórico con todas las partes señaladas en griego para que las buscásemos en español.

En la segunda clase vimos las partes del templo (yo las había encontrado todas, entre su diccionario, Google, Wikipedia y, sobre todo, unos apuntes de Anto), lo cual nos ocupó toda la primera mitad, y durante la segunda nos explicó los sistemas de transliteración: el internacional/inglés y el de Bádenas (lo he puesto en la lista de enlaces, aquí a la izquierda). Decía que la transcripción de Bádenas no le gustaba nada porque creía que se contradecía, y él las cosas que se contradicen pues no las usa. Por ejemplo, decía que Bádenas propone usar una jota para transcribir la 'χ', una ce para la 'θ' o una y griega para la 'γ' (con 'ε', 'ι') y que entonces así la palabra queda con una forma muy extraña que impide que un griego o incluso casi cualquier persona pueda reconocerla. ¿Quién va a reconocer «Aciná» o «Mijalis»? También comentó que para la 'ζ' Bádenas propone una ese, y entonces ahí se está eliminando la pareja 'σ' - 'ζ', que en griego sí existe y distingue palabras. Pero cuando se le preguntaba qué había que hacer entonces, empezaba con largas y rodeos «Bueno, pues habrá que buscar otra cosa», «habrá que pensar algo»; y cuando explicaba la transcripción internacional/inglesa decía: «Bueno, aquí esto se transcribe así, que tampoco es exactamente como se pronuncia, pero bueno...». Es decir, se contradecía a sí mismo todo el rato, y los pobres griegos estaban confundidísimos y no sacaron nada en claro. Dijo además, respecto de la transcripción internacional/inglesa, que «¿veis?, aquí la 'θ' se transcribe como 'th', pero no es porque sea del inglés, porque vimos la semana pasada que los latinos lo hicieron así también». Me parece un argumento genial, pero si en inglés la 'th' no se pronunciara así, la 'θ' se transcribiría de otro modo, y si la lengua internacional no fuera el inglés, tampoco.

Y ahora digo yo: la función de la transcripción ¿no es posibilitar la lectura de la palabra a la persona que no sabe griego? Porque si supiera griego, se podría dejar escrita en ese alfabeto sin ningún problema. Pero, ya que te la paso a tu alfabeto para que sepas leerla, debería transmitir la pronunciación en la lengua original, pues si te la transcribo de cualquier manera tampoco vas a saber leerla y no habrá servido de nada; de lo mismo serviría dejártela en griego. Así, tenemos a primeros ministros que se llaman «Antonis Samáras», capitanes de barcos petroleros llamados «Arjiropóulos» (Argyropoulos) y otras aberraciones sacrílegas. Además, respecto a sus argumentos sobre que la transcripción de la 'ζ' con una ese anula la pareja 'σ' - 'ζ' y que las formas con eses, ces, jotas e íes griegas son excesivamente lejanas del original: ¿qué hacemos con la transcripción al griego de palabras escritas en alfabeto latino? En griego no hay sonido fricativo prepalatal sordo (representado en inglés con 'sh', en francés con 'ch' y en alemán con 'sch') ni letra para representarlo, por lo que transcriben 'Michigan' como 'Μίσιγκαν', es decir, eliminando la pareja 's' - 'sh'. Por otra parte, topónimos como Μπέρμιγχαμ, Κέμπριτζ ο Ντίσελντορφ son bastante irreconocibles también, ¿no? ¿Qué hacemos con eso? «Pues en este caso no podemos hacer otra cosa, hay que dejarlo así porque, en última instancia, es como se pronuncian esas palabras», seguro que respondería. Otra contradicción.

En la tercera clase vimos la traducción al español del texto sobre el templo de Zeus Olímpico y también deberíamos haber visto la que nos había dado para esa clase, pero no dio tiempo. Esta era de nuevo al griego, y al darnos el texto original, nos dijo: «Este texto no es como el del Olimpieion, este está bastante bien escrito en español y no tendréis que arreglarlo». Cuando lo vimos, resultó que estaba firmado y todo: «Pedro Olalla. Embajador del Helenismo». Modestia ante todo. Así es él. El texto, sobre el nuevo Museo de la Acrópolis, está subido en su página web. En esta tercera clase, una chica, que cada vez me cae mejor, le preguntó sobre las comillas, porque había encontrado un libro para traductores, de la Unión Europea, que mantenía que en español las comillas que deben emplearse son las latinas. Él le contestó que no debía hacer caso a eso, que no pasa nada por usar las comillas inglesas porque son las internacionales (coronando su respuesta con un «mira, en este texto, por ejemplo, se han usado las inglesas». Se refería al que nos acababa de dar, escrito por él). Así, con un par. Es como lo de la transcripción: son las internacionales porque son las inglesas. Y en español se usan muchísimo porque están en el teclado, mientras que las latinas (o españolas) no lo están. Lo que yo hago es cambiar al teclado griego, que sí las tiene. El caso es que se puso a decirle que podía usar las inglesas sin ningún problema, o también las latinas, o que incluso podía marcar la palabra (le había preguntado por cella, la sala central de los templos clásicos, un latinismo) con cursiva. Así, como si la cursiva y las comillas pudieran usarse indistintamente. La pobre chica se quedó tal vez más liada de lo que estaba y yo rematé la intervención de él diciéndole: «De todas formas, la RAE recomienda usar las latinas». Se quedó mirándome con una media sonrisa durante un par de segundos; esa fue su respuesta.

En cualquier caso, acabo de mirar su libro Historia menor de Grecia (Ed. Acantilado, 2012) y he visto tres cosas: no usa ni una sola vez las comillas inglesas, sino las latinas en todo momento; no sabe que las rayas deben usarse con un espacio, exactamente igual que los paréntesis; y en la página 303 menciona a un tal Panayotis. Así, con 'y' griega. Según su criterio contradictorio (pero suyo) debería haber puesto por lo menos «Panagiwtis» Así un griego que lea el libro podrá reconocerlo.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Κλειώ

Las clases de la fundación son tres: Teoría de la Traducción, Historia de la Literatura Neogriega y otra más en la que comentamos un libro con su escritor y el profesor.

En Teoría de la Traducción vemos de todo un poco: hablamos sobre técnicas de traducción, nos pasa libros y artículos sobre traducción y traductología, discutimos sobre qué hacer con los elementos culturales (historia, comida, vestimenta, etc.), proponemos soluciones sobre diversos problemas en nuestras lenguas y se las explicamos en griego para que las entienda... Son clases muy amenas. En la última vimos los problemas que habíamos encontrado en la traducción a nuestras lenguas de un relato de Yorgos Scabardonis, que tiene elementos coloquiales pero también enumera los nombres de un montón de peces autóctonos de un solo lago griego y varios de pesca. Yo encontré los equivalentes entre el diccionario azul de Olalla, Wikipedia (ambos recursos incluyen los nombres científicos) y una base de datos de la naturaleza griega.

En Historia de la Literatura Neogriega hemos empezado por Andreas Kalvos y Dionisios Solomós (siglo XIX), y hemos comentado también el importante papel de las δημοτικά τραγούδια. Generalmente comparamos los movimientos literarios con los de nuestros países y con las tendencias del resto de Europa.

En la otra clase, que no tiene nombre, el profesor invita al escritor del libro que nos ha mandado leer y con ellos dos comentamos aspectos que nos han gustado o nos han parecido curiosos o simplemente dignos de mención. En teoría deberíamos hablar todos los alumnos (además de los que vamos a las clases de griego, hay una eslovaca y una estadounidense que hacen el programa este desde el año pasado), decir por lo menos qué nos ha parecido el libro, pero en la práctica el profesor se enrolla muchísimo y casi no deja ni al escritor que diga unas palabras. Hemos dado dos clases con él, y en la última la polaca y yo no dijimos nada porque ni dio tiempo ni se nos dio la palabra; al escritor, pobre, lo interrumpía todo el rato porque siempre quería decir algo.

Los dos libros que hemos leído hasta ahora son dos recopilaciones de relatos, de 150 páginas y que no presentan grandes dificultades de lectura aparte de algunas palabras desconocidas. En «Βιβλία που διαβάσαμε» escribiré algo sobre cada libro para que al final quede una especie de archivo.

Estas tres clases son de tres horas y las tenemos cada dos semanas: la del profesor hablador es cada dos jueves y las otras dos son en viernes alternos (al principio la de Literatura era cada dos miércoles, la semana en que no había Traducción, pero la profesora lo cambió a los viernes porque le venía mal con su horario de clases en otro sitio).

Μελπομένη

A principios de septiembre fui al Διδασκαλείο Ελληνικής Γλώσσας a matricularme en las clases de griego. Fui justo después de pasarme por el banco y pagar el curso: 670 euros; era lo que me había dicho Antonio, el que hizo el mismo programa hace dos años y que las clases de griego las tenía todos los días, tres horas cada mañana. Y como de la fundación no me habían dado otras (ningunas) instrucciones, seguí las de Antonio.

En la secretaría me dijeron que hiciera el examen de nivel el día 26 de septiembre, para ver si mi nivel era C1 o C2. Yo estaba segura de que era C1, pero tampoco me costaba ir a hacer el examen. Este consistía en ciento cuarenta preguntas de tipo test, con cuatro opciones; cada pregunta era una frase con un hueco en el que había que elegir la correcta forma conjugada del verbo, el caso correcto del sustantivo o del adjetivo, y cosas así. Me hizo mucha gracia cuando llegué a una que decía «Ο Γιώργος με κουράζει πάντα, όταν μιλάει συνέχεια» («Γιώργος me cansa cuando habla todo el rato»). En general lo hice bastante bien: las contesté todas y solo tuve dudas en tres o cuatro. La otra parte del examen era escribir una redacción describiendo nuestro físico, nuestra personalidad y nuestros gustos, para enviarlo a una página web para conocer gente. Ya ves tú.

Después, cuando fui a la fundación, la secretaria me explicó que «quizá sería mejor» o «tal vez bastaría» que me matriculase en las clases que son dos veces por semana, en lugar de todos los días, porque este año tendríamos más trabajo que los compañeros de otras promociones. Así que tuve que ir a preguntar al Διδασκαλείο si era posible cambiar el programa de clases en que me había matriculado. Afortunadamente, sí lo era, y me dieron un número de teléfono para llamar y que me devolvieran la diferencia del importe del curso, que vale 330 euros. La semana pasada llamé, el 5 de noviembre, y me dijeron que aún no estaba disponible mi dinero, que llame en una semana. En fin.

Las primeras clases de griego eran muy aburridas, tanto para mí como para los otros chicos que estamos en el programa de la fundación (Juan, el de Rodas, una serbia, una polaca, un italiano y yo). La profesora (a la que yo llamo Chochorú, que es como se pronunciaría su apellido en español) nos dijo a las dos semanas que igual convendría dividir la clase en dos grupos, es decir, en un nivel C1 y en un C2. Qué bien, ahora resulta que me aburría porque el nivel que tengo es un C2. No sé yo...

El caso es que desde que estamos separados nos cunde más (aunque nosotros nos seguimos aburriendo; por lo visto pasa todos los años: somos traductores, sabemos griego, solo necesitamos mejorar el nivel) y ya no hay gente que haga preguntas absurdas (absurdas para el nivel que es). Cada semana o cada dos nos manda escribir una redacción; las dos que he escrito hasta ahora las he colocado en «Οι εκθέσεις μου» con imágenes y todo.


viernes, 7 de noviembre de 2014

Ουρανία

Hace un par de semanas asistimos a una conferencia de una científica española cuyo último libro (y no solo) había sido traducido al griego: Sonia Fernández-Vidal. El título de la conferencia era «Ciencia: ¿realidad o fantasía?» y la ponente habló en español. A la entrada ofrecían auriculares con una petaca como los que usábamos en clase de interpretación en la UMA: había interpretación simultánea al griego.

Fue la primera vez que asistía a una conferencia con interpretación simultánea, que se oía por los auriculares de los demás porque los tenían a un volumen muy alto o el intérprete hablaba muy fuerte. Se oía, por ejemplo, que a veces se bloqueaba y decía: «Ehhh...», y que cuando la ponente hacía una pausa el intérprete continuaba hablando hasta que ella retomaba el discurso; no le daba tiempo a descansar. En una ocasión la responsable del Instituto Cervantes (uno de los patrocinadores del acto), que hablaba español, le tuvo que decir que no hablase tan rápido, que al intérprete no le daba tiempo.

En cualquier caso, no dudé de la profesionalidad del intérprete. Más bien temía por él cada vez que la española decía alguna palabreja científica, algún término, pues la conferencia versaba sobre física cuántica. De acuerdo, era una explicación en tono divulgativo a personas totalmente legas en la materia, relacionada con el hecho de que el libro que presentaba tenía también este tema y era para niños, pero aún así había un montón de términos. Y también, en varias ocasiones, ejemplificó una situación haciendo una comparación con canicas. Si hubiera sido yo la intérprete, a saber cómo se dice canica...

Creo que la próxima vez que vaya a una conferencia cogeré los auriculares, aunque no necesite la interpretación, para ver cómo lo hace el intérprete, más que nada por curiosidad; como cuando veo El Hormiguero, que estoy pendiente del invitado y de la intérprete. Me maravilla esa chica.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Εστία

La convivencia con Γιώργος y, en general, vivir en Grecia, es genial. La casa es bastante grande: tiene dos habitaciones, salón y comedor, una cocina y un baño decentes, un recibidor y hasta una habitación-pasillo (?); sirve solo para unir el recibidor con el salón (también se puede ir desde el recibidor al comedor pasando por la cocina) y para que esté la Biblia.

Hemos acordado que no pagaré alquiler por vivir aquí, pero a cambio seré yo la que pague todas las facturas. Me parece justo, porque con esta melena que tengo soy yo quien gasta más agua en la ducha, y por lo tanto más luz (para calentar el agua y para iluminar el baño mientras estoy dentro). También quedamos desde el principio en que Γιώργος cocinaría y yo fregaría los platos. Qué le voy a hacer, cocinar es la única tarea de la casa que no me gusta nada hacer; todas las demás no me importa.

Eso sí, desde que estoy aquí no sé lo que pasa o si el lavavajillas griego es más resbaladizo que el español, pero he roto ya un plato, tres vasos, un cuenco y un tarro de cristal. Con qué miedo le friego su taza del desayuno, la que le regaló su mejor amigo y lleva el logo de un grupo musical que les gusta a los dos...

En cuanto a la vida de estudiante, ambos la hacemos en el comedor. La mesa es muy grande, de seis plazas, y además está la mesa del ordenador grande que usa él. Yo me apaño con una esquinita de la mesa donde pongo mi insignificante notebook de 10 pulgadas e, inevitablemente, mis quinientos diccionarios. Son tanto de Γιώργος como míos (yo me traje el Corominas y el azul de Pedro Olalla, griego-español; el REDES no, porque sabía que aquí me esperaba uno; y en octubre me compré el complementario del azul de Olalla: el amarillo español-griego). Cuando no los tenemos esparcidos por toda la mesa del comedor, los colocamos sobre la estantería de los diccionarios, donde quedan supervisados por Cavafis, personaje imprescindible en la vida de los pupilos vicentianos.

Griego monolingüe (Μπαμπινιώτης), inglés monolingüe (Webster), griego monolingüe (των βασικών εννοιών),
español-griego, español combinatorio, español etimológico, griego-español, portugués-inglés-portugués,portugués-griego-portugués, ruso-griego-ruso, francés-griego-grancés, español monolingüe, catalán-inglés-catalán.


Ευτέρπη

En agosto fui con Γιώργος de vacaciones a Piería, que es donde está su pueblo (Nueva Trebisonda) y, al sur de este, la ciudad donde se crió hasta los doce años (Katerini):



Desde el pueblo fuimos al yacimiento arqueológico (más museo) de Díon, al sur de Katerini, que es la Olimpia del norte. Fue uno de los centros religiosos más importantes de la zona y albergaba un gran santuario dedicado a Zeus Olímpico, de ahí su nombre: en griego moderno Zeus se llama Δίας, que recuerda a la raíz del genitivo en griego antiguo: Διος (en nominativo era Ζευς). En Díon fue donde Alejandro Magno reunió a sus ejércitos antes de dirigirse hacia el oeste y empezar sus conquistas.

La familia de Γιώργος sobre el puente que ahora salva las dos orillas del templo.

Baños.

Otro día nos llegamos a Salónica, donde dimos una vuelta hasta la hora de comer y luego volvimos al pueblo. La ciudad estaba un poco muerta porque era sábado por la mañana, pero seguía igual de ερωτεύσιμη como yo la recordaba. Subimos a la Torre Blanca, vimos un graffiti (ya dije una vez que, por lo que he visto, el graffiti en Grecia es toda una institución, tanto el artístico como las frases de protesta; igual dedico una entrada a todas las fotos de graffitis que he reunido) muy chulo y descubrimos que en Salónica los trenes ¡suben y bajan escalones!




Una excursión que me gustó mucho también fue la de Metone (Μεθόνη): el tío de Γιώργος nos llevó a las excavaciones que se están realizando allí, pues por lo visto la región de Macedonia está prácticamente sin excavar; es ahora cuando se está empezando a descubrir el norte de Grecia. Como la excavación aún está en curso, vimos algunos secretos de estado como estatuas (gigantescas) y vasijas, muchas vasijas. Ese mismo día, además, fuimos a ver los restos de Pidna (Πύδνα), una pequeña ciudad junto al mar.



También nos encontramos a Simba, el nuevo rey de Pidna.

Por último, desde Katerini también fuimos al Olimpo, al mismísimo hogar de los dioses. La subida fue un poco dolorosa, porque surgió de improviso y yo no tenía calzado adecuado, así que me lo tuvieron que prestar, y ya se sabe que no es nada bueno ponerse calzado ajeno aunque sea de tu número (y este era además un número mayor) porque tiene la forma de otro pie. Pero en fin, en unas pocas horas llegamos al refugio, que estaba a media hora de la cumbre y donde repusimos fuerzas y descansamos para bajar al día siguiente. Durante la bajada nos cruzamos con bastante gente que subía, por ejemplo una pareja de española e ισπανομαθής que nos preguntaron si había ruinas en lo alto. Se te queda el cuerpo cortado después de escuchar tal aberración.


La subida.

Desde el refugio, a un rato de la cumbre.

Se me olvidaba: una tarde, paseando por Paralía, la playa de Katerini, nos topamos con el hotel de Leto, en griego el hotel-lito... que al final resultó que no era tan pequeño como parecía indicar el rótulo.

El Hotelito.


Luego, en septiembre, fuimos a Patras, donde vimos atardecer por detrás de la isla de Ítaca y visitamos el museo arqueológico, que nunca está muy concurrido porque se encuentra a las afueras de la ciudad pereo alberga muchísimas cosas interesantes.



El puerto de Patras

En Patras el sol se pone por detrás de Ítaca.

Por si no quedaba claro, aquí sí se nota que ahí está Ítaca.

Museo Arqueológico de Patras.