El otro español ha desertado. Me reincorporo a las clases tanto en la fundación como en el Διδασκαλείο con un par de semanas de retraso con respecto a los demás compañeros debido al esguince y me entero de que después de las vacaciones de Pascua, que pasó con su amiga la serbia en Belgrado, no volvió a Atenas sino que probablemente se fue directamente a España.
No digo que me lo esperase, porque algo así una no se lo espera, pero tampoco me pilla completamente por sorpresa. A pesar de que según mi profesor (que le escribió la carta de presentación cuando echó la solicitud para el curso) estaba bastante interesado por la traducción de griego como por este curso en concreto pese a no haber estudiado nada relacionado con ello (ni Traducción ni griego moderno: Filología Clásica), nada más llegar ya se estaba quejando de lo mal organizada que estaba Atenas, y qué caótica, y qué mal esto, y qué mal lo otro, y qué poco correcto es que llueva cinco minutos y haya que alquilar una barca para ir por la calle, ¡que es una capital! Como si fuera la primera vez que pisa Grecia, como si no supiera que Grecia funciona así, como si no fuera consciente que las cosas no pueden ser en todas partes igual que en su querida Madrid. Además, uno de los objetivos del curso, como queda claro viendo el dineral que nos pagan al mes y, por si nos quedase alguna duda al respecto, como nos confirmó Valtinós un día en que vino a vernos a una de las clases, es integrarnos en Grecia, verla, hacer amigos, hacernos un hueco en la sociedad, para así entenderla mejor y ser capaces de traducir. Pero él se lo montó de tal manera que ni siquiera hablaba griego todos los días: se pasaba todo el tiempo con su amiga la serbia, que como habla español él lo tenía fácil; y cuando ni siquiera llevábamos un mes de clases se trajo a la novia desde España hasta Navidad, que volvieron juntos. No iba a las clases con Olalla en el Cervantes, por lo que no veía con él las traducciones de cada mes. Encima de que Olalla había hecho el esfuerzo de preguntar en dirección si podíamos ir los dos de oyentes, digo yo que qué menos que ir, aunque no fuera obligatorio.
Un día, después de Navidad, teníamos clase de Teoría de la Traducción. Yo llegué la primera y me dijo la secretaria que había llamado la profesora para decir que llegaría un poco tarde, que nos bajáramos un texto que había subido al e-Class y fuéramos mirándolo para ver unas cosas cuando llegara ella. Entonces llegó Juan y le dije los deberes. «Que dice la profesora que nos bajemos un texto del e-Class.» «¿Cuál es la dirección de eso?» Olé tus huevos. En otra clase de estas, casi al principio, la profesora nos pidió que buscásemos revistas literarias de nuestros países que aceptasen también traducciones (buen ejercicio, para saber adónde dirigirnos); él cogió y le escribió a mi profesor en vez de siquiera intentar buscar nada.
Todo el día viajando, perdiendo un montón de clases, que encima tenía la posibilidad de que no le contaran como ausencias en el cómputo total porque presentando los billetes en secretaría te quitan las faltas. Además, en enero, cuando no hacía ni un mes que había vuelto de pasar la Navidad en España, se volvió a ir, y sin fecha de vuelta. Estuvo allí tres o cuatro semanas y luego volvió como si nada. Qué clases más aburridas, menos mal que me he perdido unas cuantas. Precisamente él, que no tiene idea ni de lo uno ni de lo otro; porque algunos somos traductores y tenemos ya una base de Teoría de la Traducción (pero no nos aburrimos, porque vemos ejercicios y textos con alguna dificultad traductológica), y otros son filólogos griegos y saben de Literatura Neogriega, pero él era el único que no le daba a nada.
Deberían hacerle devolver el dinero. Total, lo único que han hecho ha sido pagarle viajes por Grecia y a España.