sábado, 8 de agosto de 2015

Εκάτη

El mes de julio ha sido muy atareado: empezando por el concierto, que ya mencioné en una entrada anterior, y terminando el seis de agosto (!) con la segunda de las visitas, casi no hemos parado.

Un par de días después del concierto, que fue el cuatro de julio, llegó un amigo lleidatà de Γιώργος, y se quedó con nosotros una semana y media. Como eran bastantes días, le dio tiempo a verlo todo, y sin correr: el Museo Arqueológico Nacional, el Cicládico, el Benaki, el Bizantino y el de la Guerra, la Acrópolis y su Museo (en estos dos me encargué yo de las explicaciones, ya que soy la experta [con respecto a Γιώργος]), el ágora, el cementerio del Cerámico, la zona de Gazi, el barrio de Plaka y hasta parte del extranjero.

Además de todas estas cosas, sobraron varios días enteros para hacer dos excursiones a otros lugares de interés turístico y arqueológico, y hasta otro más (un domingo) para quedarnos en casa tranquilitos y descansar de tanto turismo. Una de las excursiones fue a Delfos, que la tuvo que hacer él solo, el pobre, porque Γιώργος tenía que trabajar y yo estaba bastante cansada. Pero a él no le importó; le sobraba energía y ganas de verlo todo. Cuando volvió le brillaban los ojillos de ilusión.

La otra excursión sí que la hicimos todos, y estuvo genial: alquilamos un coche, como en marzo con mis padres (solo que, al ser temporada alta, nos salió un poco más caro; pero entre los tres que éramos tampoco supuso un esfuerzo económico descomunal para nadie), y pusimos rumbo al sur, al Peloponeso, con la primera parada en Acrocorinto. Resulta que hay tres lugares: Nuevo Corinto, Antiguo Corinto (a poca distancia el uno del otro) y Acrocorinto, o la acrópolis de Antiguo Corinto, en lo alto de la montaña al pie de la cual se extiende (poco) la ciudad antigua. Se trata, como he dicho, de una montaña, un monte en condiciones y no una colina como la de Atenas. Tiene 575 metros de altura, y por suerte se puede subir hasta la entrada en coche. Una vez arriba, uno se da cuenta de lo fascinante que es: para construirla, hubo que transportar hasta allí arriba todas esas piedras, y no son pocas, pues solo las murallas (hay tres niveles) tienen en total casi tres mil metros de largo y dos de ancho. Aunque el recinto parece pequeño, estuvimos bastante rato recorriéndolo, bajo un sol de justicia. Desde el punto más alto, donde ni siquiera había cobertura, se veía el istmo, los dos Corintos, su canal y su golfo, y los dos mares: el Egeo y el Jónico.

Los dos mozos subiendo hacia la entrada del recinto

La larguísima muralla, y esto es solo una parte

El istmo de Corinto: a la izquierda, el golfo de Corinto, con las aguas del mar Jónico, y la ciudad;
a la derecha, el mar Egeo; al fondo, la Grecia continental; y de este lado, el Peloponeso.

Cuando por fin lo vimos todo, bajamos a Antiguo Corinto, pasamos por el yacimiento antiguo, con los restos del templo de Apolo entre otros, e hicimos un alto antes de seguir nuestro camino para tomar un tentempié a la sombra de los pinos de un parque; qué mejor para reponer fuerzas que café, pan y queso griego.

Continuamos el viaje; la segunda parada fue Micenas, donde vimos, como siempre, el yacimiento micénico y el Tesoro de Atreo, o la tumba de Agamenón.

La primera tumba del yacimiento de Micenas, justo detrás de la entrada.


La siguiente parada fue Nauplia, primera capital del recién creado Estado griego, allá por 1823, y hasta 1834, cuando decidieron que quizá sería mejor cambiarla por Atenas debido a su glorioso pasado.

Dimos una vuelta por la ciudad, que se veía un poco más animada que en marzo, y cuando se nos asentó el estómago y nos entró hambre, fuimos a comer a un σουβλατζίδικο.

La plaza de la Constitución (Síndagma, como la de Atenas), con el ayuntamiento al fondo

Islote con fortaleza, junto a la costa de Nauplia

La ciudad de Nauplia bajo su fortaleza

La penúltima parada de la excursión fue Epidauro (no el Nuevo ni el Antiguo, que también hay dos, como Corintos), sino el famoso teatro, que fue construido a unos quince kilómetros de la ciudad antigua). Yo estaba ya un poco cansada y no subí hasta arriba, pero Γιώργος e Ignacio sí, y yo decidí hacer lo de tirar una moneda en el centro de la escena para que Ignacio desde arriba se diese cuenta de la acústica tan perfecta del teatro; sin embargo, fuimos en pleno Festival de Epidauro (que, por cierto, tiene una sucursal en Atenas: en el Odeón de Herodes Ático, uno de los dos teatros que luce la Acrópolis a sus pies), y la escena, y su centro, estaba ocupada por una tarima que estaban limpiando y preparando los operarios en aquel momento. Seguramente habría una representación más tarde. De modo que Ignacio se quedó sin oír el nítido sonido de la caída de la moneda, aunque le describí lo mejor que pude cómo sonó en marzo, cuando Γιώργος y yo desde la última fila de gradas oímos caer la moneda de euro de mi padre y a mi madre hablar con él con un volumen normal.

Cuando descendieron de las alturas fuimos a ver el museo, que despachamos en cinco minutos porque es pequeñísimo. Al salir, andaba yo preguntándome dónde estaría el santuario de Asclepio, en honor al cual se representaban las obras en el teatro, cuando nos dio por acercarnos a ver qué había a la derecha del camino de salida, pues parecía que se veía algo. ¡Y qué algo!: un yacimiento enorme, aunque con los restos muy deteriorados, con estoas, templos, un tolos, espacios para curar y que descansaran los enfermos... Algo así como uno de los primeros hospitales de la historia.











El estadio nunca faltaba en ningún santuario;
era igual de importante honrar a los dioses que honrar el cuerpo de uno, manteniéndolo sano.

Lo que más me sorprendió de esto no fue tanto la grandiosidad que, nos quedó claro, tuvo en su día, cuando el hecho de que no lo había visto antes, siendo aquella la cuarta vez que visitaba el yacimiento. No me refiero a que esté mal señalizado (que también; en todos los carteles que hay hasta llegar lo venden como teatro solo, no santuario, y una vez dentro no hay flechitas que te lleven) por los propios griegos, sino a que a los que estudiamos griego antiguo e historia del arte no nos lo dicen: lo único que nos explican es que el teatro de Epidauro era (y es) el más grande de toda Grecia, es decir, del mundo, y que las representaciones de las obras tenían lugar con la excusa del culto al dios Asclepio, y eso es lo que vemos en el pequeño museo: representaciones del dios, utensilios quirúrgicos (aunque la mayoría están en la sala del Museo Arqueológico Nacional de Atenas dedicada a este santuario), etc. Pero las dos veces en que fui con el instituto, con profesores helenistas y guía griego incluido, nos enseñaron solo el teatro y el museo.

Cuando terminamos de ver el santuario empezaba ya a caer el sol (que no el calor), y decidimos que nuestra quinta y última parada del día fuera un bañito relajante en la playa. Ya que estábamos allí, nos dirigimos a Nuevo Epidauro, un pequeño municipio de 1127 habitantes y algún que otro turista europeo de los de sol y playa. Encontramos un sitio bastante mono y solitario y nos dimos un chapuzón que nos sentó de maravilla: nos relajamos, nos refrescamos y nos despojamos del sudor de todo el día y de la crema solar que llevábamos echándonos desde por la mañana para no achicharrarnos en los yacimientos. Nos quedamos como nuevos y ya pudimos ir tranquilamente a cenar algo a un σουβλατζίδικο en el que vimos que había nativos.

Después, había anochecido ya, dimos una vuelta por el borde del mar bajo las estrellas y pusimos rumbo de nuevo a Atenas.



Unos días después de marcharse Ignacio, llegaron los valencianos, con los que tenía relación por Twitter hasta que nos desvirtualizamos el día de mi cumpleaños precisamente, de madrugada: llegaron a Atenas a las cuatro de la mañana, siguieron ellos solitos mis instrucciones para ir a la estación de metro de al lado de mi casa y allí los recogí casi dos horas más tarde. Los llevé a casa y los dejé dormir; Γιώργος y yo nos levantamos a una hora razonable (me refiero a una hora razonable para ser verano) y fuimos al mercadillo, ya que era jueves y los jueves lo tenemos al lado de casa, para comprar provisiones: ingredientes para hacerles γεμιστά a los valencianos como bienvenida. La verdad es que, después de hacer este plato unas cuantas veces con Γιώργος este año, ya lo tengo controlado y me sale bastante bien.

Cuando volvimos de comprar, los valencianos seguían acostados, y no los culpamos. Se levantaron a más de las doce, desayunaron y les conté el plan para los siguientes siete días; plan que había estado currándome una semana para que me saliera no demasiado cansado ni demasiado relajado, con la mayor cantidad posible de cosas por ver y con algún que otro hueco libre para alternativas o para recuperar algún día si resultaba estar demasiado lleno.

Al final me quedó tal que así, y se acabó cumpliendo casi a rajatabla:

JUEVES: Dormir // Πνιξ, Museo Benaki.
VIERNES: Excursión: alquilar coche como con Ignacio o bien ir a Sunion.
SÁBADO: Acrópolis, ágora //Cerámico, Museo de la Acrópolis.
DOMINGO: Museos Bizantino y de la Guerra // Trilogía neoclásica, merienda en sitio guay.
LUNES: Templo de Zeus Olímpico, Estadio, Liceo de Aristóteles, Museo Cicládico // Museo Arqueológico Nacional.
MARTES: Excursión a Delfos.
MIÉRCOLES: Ágora romana, biblioteca de Adriano // Cabos sueltos, compras.

Lo hice teniendo en cuenta los horarios (algunos sitios cerraban a las tres o a las cinco de la tarde y había que ponerlos por la mañana), la disponibilidad de Γιώργος, para que pudiera venir a la primera excursión, que al final fue un día de playa en Sunion, y los días en que había algún museo con entrada gratis o reducida.

Los cuatro lo pasamos genial, ellos aprendieron un montón de cosas y quedaron fascinados con Atenas, y a todos nos supo a poco.

El juguete que les fascinó: un caballito con ruedas, propiedad de un niño del siglo X a. C.,
que murió antes de alcanzar la adolescencia y fue enterrado con sus posesiones, según la tradición.
Museo del cementerio del Cerámico.

Estelas funerarias, recinto del cementerio del Cerámico

Cementerio del Cerámico

Cementerio del Cerámico
 
Vista desde la colina de Pnix

El paseo peatonal desde la calle de la Acrópolis hasta las colinas de Pnix y Filopapos

Templo de Apolo, cabo Sunion


Nos robaron una foto contemplando las aguas en las que se suicidó Egeo
Manuscrito del poema «La ciudad», de Cavafis.
Museo Benaki.

Detalle de la decoración de un traje tradicional griego: un barco entero.
Museo Benaki.

Victoria de Samotracia, prima de la del Louvre.
Museo de la Acrópolis (exposición temporal: Samotracia. Los misterios de los grandes dioses).


Admirando las Cariátides. Museo de la Acrópolis.

Sede de la Academia de la Atenas, en la calle Acadimías

¿Cómo iba a irme sin abrazar las columnas de la Academia?

Tampoco podía dejar de lado estas columnas del ágora romana

La última cena de los cuatro juntos