martes, 17 de febrero de 2015

Απόλλων

A la última clase de Teoría de la Traducción vino un traductor e intérprete amigo de la profesora, que había hecho una pequeña investigación sobre las notas de los traductores y nos habló del tema. Ciertamente, se trata de un elemento importante en una traducción, puesto que se trata de acercar una cultura a un lector ajeno a ella. Este traductor, reflexionando sobre ello, decidió realizar un recuento de notas del traductor en un número determinado de libros (literatura, no técnicos) traducidos al griego, en base a los criterios de notas a pie de página, notas finales y ausencia de notas. Por supuesto, como nos dijo al introducirnos el tema, hay otras dos formas de introducir explicaciones para el lector de la cultura meta: la primera es redactar un prólogo a la edición traducida y la segunda consiste en añadir aposiciones o paréntesis dentro del mismo texto, si se trata de algo de fácil explicación, para no interrumpir la lectura.

La charla resultó muy interesante, sobre todo para mis compañeros, que son todos filólogos de formación y nunca se han enfrentado a este asunto; pero también para mí, pues en la carrera no me habían hablado específicamente de ello. Además, nos dijo que si nos interesaba el tema podíamos escribirle para que nos enviase el trabajo entero, con todos los ejemplos y datos. Muy amable.

Cuando acabó la clase, le comenté (porque creía recordarlo) que en otoño había asistido a una conferencia de una española que habló sobre física cuántica (hablé de ello en Ουρανία), y me dijo que, en efecto, él había sido el intérprete; añadió que no suele hacer muchas interpretaciones, que lo hace más que nada porque pagan bien y que prefiere traducir (sus lenguas de trabajo, nos dijo, son el español y el portugués, principalmente).

Por cierto, cuando nos presentamos todos y le dijimos nuestras ciudades de origen, a mí me preguntó si había estudiado con Vicente y compañía. Traía un ejemplar de Traducir al otro, traducir a Grecia, editado por Ιωάννα. Así da gusto.

Καλλιόπη

En un mes hemos ido a dos conciertos: el primero fue el del grupo sueco de power metal Sabaton, cuyas letras hablan de guerras y batallas épicas, como la del Día D en Normandía:



Otra de sus canciones, como descubrí por casualidad buscando por YouTube, es una versión de la conocida «In the Army Now» de Status Quo que tanto sonaba en los años ochenta:


El segundo concierto al que fuimos (porque al salir del primero vimos el cartel en la entrada de la sala de conciertos) es el del grupo suizo de folk metal Eluveitie. Dos de sus canciones más conocidas son «Inis Mona» y «A rose for Epona»:





También me gusta mucho una canción de su último disco (Origins), «The Call of the Mountains», que grabaron en inglés, francés, italiano, alemán de Suiza y romanche:


martes, 10 de febrero de 2015

Αιών

Parecidos razonables de griegos y españoles I y II:

El otro día cayó en mis manos un libro del escritor del siglo XIX Emanuil Roídis, en cuya portada aparece una fotografía suya. Enseguida pensé: «¡Se parece muchísimo a Bécquer!». Juzguen ustedes mismos:

Roídis en la portada del libro y Gustavo Adolfo Bécquer.

Parte de la curiosidad radica también en que ambos nacieron en 1836. La fecha de la muerte, sin embargo, no coincide, pues Bécquer murió muy joven, en 1870, mientras que Roídis falleció en 1904. Pero resulta que esto no es todo: unos días después, buscando unos datos sobre Unamuno, vi su fotografía y no pude evitar pensar en el gran parecido que mantenía con Elefcerios Veniselos, el conocido y adorado político griego que fue Primer Ministro varias veces durante el primer tercio del siglo XX:

Miguel de Unamuno y Elefcerios Veniselos.

Aquí la cosa es aún más inquietante: Unamuno vivió entre 1864 y 1936, y Veniselos ¡también! ¿Qué está pasando?
Sí, claramente no hay ningún misterio, a misma época, misma estética, pero la primera impresión es pensar que hay algo raro... y la verdad es que se parecen bastante.


Actualización: Me acaban de decir en Twitter que Veniselos se parece también a L. L. Zamenhof, médico polaco e inventor del esperanto. En este caso las fechas no coinciden (1859-1917), pero sigue habiendo un gran parecido:

Elefcerios Veniselos y L. L. Zamenhof.

Τυφωεύς

Cada vez me decepciona más el embajador de la Grecidad; él y su diccionario: si bien lo sigo considerando una de las herramientas imprescindibles para el traductor de griego (sin dejar de lado el diccionario monolingüe de Babiniotis; ¡eso nunca!), la verdad es que cuanto más griego aprendo, más fallos y carencias le encuentro. Ya desde el principio me di cuenta de que había bastantes erratas, como falta de tildes, metátesis o faltas de concordancia en las frases ejemplo (además de unos cuantos localismos, es decir, asturianismos), pero últimamente no hago más que ver que faltan acepciones o que algunas de ellas no son del todo correctas. Dos ejemplos:

Hace poco, traduciendo, me salió la expresión «ισόβια κάθειρξη». Por el contexto, y por el adjetivo, imaginé su significado, pero lo busqué por si era algún tipo específico de condena o algo, nunca se sabe. Busqué primero el adjetivo, «ισόβιος», y después de la traducción al español aparecían dos expresiones; «ισόβια κάθειρξη: condena a perpetuidad. Ισόβια δεσμά: cadena perpetua». Bien, que levante la mano quien haya oído alguna vez «condena a perpetuidad». Luego, en la entrada del sustantivo, tras su significado, está la expresión: «ισόβια κάθειρξη: cadena perpetua». ¿Y ahora qué hacemos?

También recientemente, me comentaba en Twitter un amigo filoheleno que en este diccionario los adverbios «ανακούρκουδα» y «οκλαδόν» tienen la misma traducción: «sentarse a lo indio» (aunque en la segunda añade entre paréntesis que se trata de una forma de sentarse con las piernas cruzadas). Tuve que buscar las dos palabras en el diccionario de Babiniotis y en Google Imágenes y preguntarle a un griego para llegar a la conslusión de que, efectivamente, sus significados no tienen nada que ver: sentarse «ανακούρκουδα» es ponerse en cuclillas y «οκλαδόν» es con las piernas cruzadas, a lo indio como lo llama él. Desde aquel día mi ejemplar del diccionario tiene una palabra escrita a boli al lado de un tachón, con la poca gracia que me hace pintar en los libros.

Por otra parte, el autor del diccionario tampoco se salva; como he dicho, cada vez menos. Después de la anterior entrada que escribí sobre él creía que me había desahogado, pero nada más oírlo de nuevo en la siguiente clase me di cuenta de que no. Por eso, en lugar de volver a desahogarme inmediatamente después, decidí esperar un poco para no inundar el blog con entradas dedicadas a él, de modo que en este momento tengo acumulados ya varios encuentros.

En la clase siguiente a aquella de la que ya hablé, después de haber liado a los pobres griegos en lo referente a cuestiones ortotipográficas tan importantes como las comillas, fue el turno de la división silábica, primero del español (aquí no hubo problema) y luego del griego. Todo vino a cuento del texto que estábamos viendo: era un soneto de Lope de Vega que les había mandado traducir al griego. Primero explicó que se trataba de un soneto, un tipo de composición muy utilizado en la época de Lope, que estaba compuesto por dos cuartetos y dos tercetos y que dichas estrofas se caracterizaban por su rima y por ser de arte mayor. «Si estos dos cuartetos tuvieran rima ABAB en vez de ABBA se llamarían cuartetas, eh, no, serventesios, y si además fueran de arte menor se llamarían redondillas, eh, no, cuartetas, perdón; redondillas serían si tuvieran la rima que tienen pero fueran de arte menor». Creo que me enteré mejor que cuando me lo explicaron en el instituto, y obviamente los griegos se quedaron con una idea muy clara de los tipos de estrofas de cuatro versos. O también es posible que nadie se enterase de nada y hubiera quedado claro que se prepara las clases memorizando lo que va a decir.

Después, de explicar la cuestión de la métrica, las sílabas y las sinalefas, les hizo leer el poema silabeando para que vieran el ritmo. No lo consiguieron del todo bien porque dividían las sílabas en griego y no en español; entonces empezó a explicar que las sílabas en español no eran como en griego, que «pueden empezar por cualquier grupo de dos consonantes». Cogió el rotulador permanente, vaciló un par de segundos ante la pizarra y escribió las consonantes «ρθ». Lo vi en sus ojos: no había acabado de escribir la segunda cuando se dio cuenta de la tontería que acababa de hacer, pero como es listo, para que no se notase, enseguida escribió una omega por detrás y un apóstrofo por delante y lo convirtió en «'ρθω», añadiendo el «θα» de futuro al principio. «¿Veis?, esto en griego es correcto, pero en español no». Quizá se le olvidó el pequeño detalle de que, precisamente, el «'ρθω» solo en griego no funciona, y justo por eso tiene lugar la contracción, porque lleva el «θα» delante, cuya alfa es el apoyo vocálico.

A continuación, no recuerdo exactamente por qué (puede que alguien le preguntara), la tomó con la división de los dígrafos «ντ» y «μπ», que a veces se pronuncian como dos consonantes y a veces como una. «A ver, ¿cómo se divide "σύνταγμα"?». Algunos contestaron que «συν-ταγμα», porque es una preposición. «Claro, es como en español: "desorden" se puede dividir como "des-or-den" o como "de-sor-den"». En aquel momento me vi obligada a intervenir: «Babiniotis dice que en griego los grupos "μπ" y "ντ" van siempre juntos». Y va y me suelta: «Ya, pero dice eso ¿con qué criterio?». No me levanté y le di con la puerta en las narices de milagro. Me lo quedé mirando con los ojos como platos, pero no se dio cuenta porque enseguida se volvió hacia los alumnos para continuar exponiendo sus argumentos: «¿Y por qué "συμπάθεια" tiene que divirirse como "συ-μπάθεια"? ¿Porque hay palabras que empiezan por "ντ"? Pero es que también las hay que empiezan por "τ"». Ante este argumento tan aplastante decidí intervenir de nuevo: «Pero no las hay que terminen en "μ"». Una vez más, igual que en la otra ocasión en que se quedó sin saber qué replicar, cambió de tema. La marca Olalla.

En la siguiente clase empezamos a ver y comentar las traducciones que habían hecho los griegos de un texto de su elección. La primera era de un poema del escritor chileno César Vallejo. Recuerdo que fue en aquella clase cuando al embajador se le escapó un «μπροστά από εκείνη» leído como «brostá apó ekine». Sinceramente, si después de diez o veinte años, o los que lleve viviendo en Grecia, aún no ha asimilado que esa letra ya no se pronuncia como en griego antiguo, yo le pierdo el respeto. No voy a entrar en cómo pronuncia en general el griego, sin palatalizar la «χ», la «γ» ni la «λ» y con entonación española, que con los años que lleva aquí debería haberse dado cuenta de que así es como se habla, porque, bueno, prácticamente todos los españoles hablan griego en español (igual que casi todos los griegos hablan español en griego); pero mi humilde opinión es que aquello es imperdonable. Y no fue la única vez en que se lo oí: en una clase posterior volvió a pronunciar una «η» como «e», y solo se corrigió cuando se dio cuenta de que los griegos no lo habían entendido.

Por último, en otra clase estuvimos viendo el principio del Quijote, que les había mandado traducir. Así, a pelo, a un grupo de griegos que no saben bien ni el español actual, como si fuera un texto cualquiera con dificultades normales. Prácticamente todo el tiempo de la clase lo ocupó en explicar lo que significaban las palabras solo del primer párrafo, que ya eran bastantes. Yo también tenía abierta la página de la RAE y consultaba definiciones todo el rato. En una de estas, comentó que rocín es «un caballo de mala raza» justo cuando yo estaba mirando la definición. Entonces confirmé mis sospechas, que fundé en la clase de los tipos de estrofas, acerca de cómo se prepara las clases: para esta se había aprendido de memoria las definiciones del DRAE. Muy profesional todo, dónde va a parar.

No quisiera terminar mi retahíla sin mencionar algo acerca de sus otras facetas. No dudo que es un buen escritor, pero tanto para escribir como para traducir son imprescindibles herramientas como el diccionario combinatorio REDES de Ignacio Bosque y un diccionario de uso, como el de María Moliner o en su defecto cualquier otro. Y en su casa vi pocos diccionarios: el de Baboniotis (total, para el caso que le hace...) el suyo (griego-español) y el de Oxford griego-inglés, que también es azul. Ni un DRAE ni nada. Además, la primera de las dos veces en que hasta ahora he ido a su casa a ver mi traducción, cuando le surgió una duda acerca de una expresión, se fue a buscarla a Google, animándome a mí a hacerlo cuando traduzco (como si fuera nueva en esto y no supiera algo tan elemental como que hay que buscar las expresiones), en lugar de ir a un corpus de verdad como el CREA de la RAE, o siquiera al Panhispánico si es una consulta simple.

Y hablando de la revisión de las traducciones, para no dejar el asunto pendiente para otra entrada: dejando de lado el hecho de que me menosprecia y me hace más correcciones y observaciones que al otro español, porque una sabe que tampoco es perfecta, en más de una ocasión me ha dicho algo que me ha dejado perpleja. Por ejemplo, a veces me dice que equis palabra no significa (nunca, entiendo, no solo en ese contexto determinado) lo que yo he puesto. Bueno, y entonces ¿por qué aparece ese significado en su diccionario? Luego nos pregunta al otro español y a mí si lo tenemos y lo usamos. O la última, que me dejó muerta: «No, no pongas "si se llega a suicidar", mejor "si llega a suicidarse", porque el 'se' es de 'suicidarse', no de 'llegarse'». No sé si esto se debe a que es asturiano y como las hablas del norte de España prescinden de los verbos pronominales ('quedamos' en vez de 'nos quedamos') se lía o simplemente es que no tiene ni idea. En cualquier caso, esta corrección, objetivamente, no tiene pies ni cabeza.

Como conclusión dejo las pruebas de una observación que he hecho últimamente: se le conoce como traductor, entre otras muchas profesiones, y por eso es nuestro tutor-supervisor, pero solo ha traducido, conjuntamente, una publicación sobre El Greco editada por el Museo de Arte Cicládico y la obra de Nicos Casandsakis Lirio y serpiente (ed. Acantilado, 2013), y esta última en realidad no cuenta porque la fama de traductor ya la tenía de antes.




Curiosamente también he observado que, cada vez que habla sobre el estilo personal de un escritor y el papel del traductor al respecto, siempre pone de ejemplo la forma de escribir de Casandsakis. A ver si va a ser el único que ha leído...