lunes, 27 de junio de 2016

Μενοίτιος


El Festival LEA es una de las alegrías que nos da Atenas a los bibliófilos. Se trata de un evento en el que participan numerosas instituciones: El Instituto Cervantes, las universidades de Atenas y Salónica (o sus departamentos de español), editoriales griegas que han publicado a autores hispanófonos o a autores griegos que participan, y la Embajada de España y las de los demás países que traigan algún representante literario. Por cierto, me he dado cuenta de que dos participantes imprescindibles son Petros Márkaris y el embajador de la Grecidad: han estado en la edición de este año, estuvieron en la anterior y en Google aparecen imágenes de ellos en otras ediciones. Olalla da igual si va para presentar un nuevo libro suyo o para dar una conferencia sobre el Quijote, del que todos sabemos perfectamente que él es un reputado estudioso con numerosísimas y densas publicaciones sobre el tema.

[Otra cosa curiosa acerca del LEA es su duración: este año ha sido del 21 al 25 de junio, el año pasado del 15 al 20 y en 2014 del 2 al 14. ¿A qué se debe tal mengua? Quizá esté relacionado con esto.]

El LEA es uno de los mayores eventos culturales y literarios de Atenas, y llevo un tiempo diciendo que, a pesar del LEA, de los actos que organiza el Cervantes y de las de la librería ΙΑΝΟΣ, que tiene muchísima más actividad que la de Salónica, la ciudad de la Torre Blanca es bastante más activa culturalmente que Atenas. Basta mencionar a modo de ejemplo que la Feria del Libro más grande de Grecia, que además tiene carácter internacional, se celebra allí y no aquí.

Esta octava edición del Festival LEA nos traía, en primer lugar, un taller de traducción literaria en la academia de lenguas ibéricas Abanico con el escritor mexicano afincado en Madrid Jorge F. Hernández. Un tipo muy simpático, bilingüe (su lengua materna es el inglés estadounidense; el español lo aprendió más tarde) y visiblemente complacido de haber sido invitado en Grecia. El siguiente acto al que asistí era una mesa redonda llamada «Mi patria, mi lengua» y compuesta por Constandinos Paleologos (moderador) y los escritores Takis Ceodorópulos, Jorge F. Hernández y Andrés Neuman; la intervención de este último, escritor y traductor hispano-argentino residente en España, me llamó la atención por su forma de plantearla: aseguró dominar ambos dialectos, el español de argentina y el castellano, por haber vivido a ambas orillas del atlántico, y, aprovechando que estaba en Grecia, decidió hablar en uno y otro según la pregunta. El resultado fue un perfecto castellano por un lado y un castellano sin ces ni elles por el otro, no sé si me explico.

La mesa redonda «La novela policiaca en el Mediterráneo y en Latinoamérica», con el argentino Ernesto Mallo y Petros Márkaris, quizá me gustó más porque tenía interpretación consecutiva que por lo que tenían que decir. Al hilo de esto, quizá el acto más interesante, y a la vez el menos literario, fue la charla de Petros MárKaris con Cristina Manresa, la primera mujer comisaria de los Mozos de Escuadra desde 2009, también con interpretación consecutiva.

El tercer día asistí a tres actos seguidos: una conversación con Jorge F. Hernández, de nuevo, una charla de Andrés Neuman sobre él mismo, Cervantes y el Quijote y la presentación de tres libros del hispano-argentino traducidos al griego.

Al embajador de la Grecidad también lo vi, por más que lo quisiera evitar. Llegué al café-librería (Poems&Crimes) a las 5 de la tarde con mi libro para leer, porque había un acto con el poeta valenciano Juan Vicente Piqueras de 5 a 7 y después me interesaba otro acto a las 8 en el mismo lugar. Me senté, me preguntaron si quería tomar algo y pedí un frapé de 3 euros. Y esperé. A eso de las 5:30, sin que hubiera empezado acto alguno, llega un grupo de hombres y se sientan en la mesa de al lado. Pero antes de sentarse, mi mirada coincidió con la de uno de ellos: el embajador. Enseguida ambos apartamos los ojos, como dando a entender que «no te he visto y no me has visto». No sé si me reconoció o no, pero tras casi otra media hora leyendo, esta vez con la mano puesta en la cara porque dar la vuelta a la mesa y sentarme de espaldas a ellos sí que habría sido muy descarado, y sin que empezara aún el acto del poeta, decidí pagar el café y marcharme. Cuando salía me pareció oír un trajín que, supuse, indicaba la preparación del inminente acto (ajá: era de 6 a 7 y no de 5 a 7; error de impresión o rectificación de última hora), y ahí los dejé a los dos: al poeta y al embajador. Me fui a casa y volví para ver el siguiente acto a las 8.

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